Hombre y lenguaje.
La semiótica contemporánea puso en
entredicho la noción de signo al considerarlo vasto e impreciso, o bien al
disolverlo como unidad ilimitada en el tejido del proceso comunicativo. Parecía
que la semiótica oscilaba entre tres empresas independientes. La primera,
conducida por una especie de lujuria estructuralista, caracterizada por buscar
la mayor cantidad de significados posibles, aun los que el autor no pudiera
reconocer. La segunda especulaba con los ámbitos que, de tan difusos, no
alcanzaban a agotar los modos de conocimiento humano, y la tercera confiaba en
la constitución de una ciencia de los signos, que por otra parte consideraba
innecesaria y simuladora. (ESP, p. 324-326).
Eco no niega la crisis en la semiótica
contemporánea pero parece decir que el regreso al signo le beneficia y que las
relaciones con la filosofía no la comprometen. En Semiótica y filosofía del
lenguaje consiente en que si bien el giro lingüístico ha convertido toda
filosofía en una reflexión constante sobre el lenguaje, la filosofía del
lenguaje, por su cuenta, dio por hecha la investigación sobre los grammars que
utilizaban los distintos sistemas semióticos. (1997b, p. 1)
Es decir, a los filósofos del lenguaje
no les preocupa la manera en que el componente léxico-sintáctico se organiza,
les preocupa la actividad del hablar, que es la manera en que se usan esas
gramáticas para hacer afirmaciones sobre los mundos y su relación con la
naturaleza del significado, con el Ser o con los orígenes del lenguaje. No
obstante, la línea que divide la filosofía de la gramática es tenue. Bajo esta
consideración, Peirce trató de hacer de la semiótica un asunto filosófico
elaborando una gramática especulativa. Eco considerará la posibilidad de diversas
semióticas particulares derivadas de una semiótica general. (1997b, p. 3).

Umberto Eco y el camino
de la estética a la semiótica. PAG. 2.
Letras y botones, semiótica y literatura.
La relación entre la ciencia de los
signos y la literatura es natural. Pocos ámbitos, o no pocos pero solamente
algunos con tanta claridad, asumen, como el mundo de las letras, una semiótica
general.
Quien utiliza la lengua escrita lo hace
de manera automática, pero su adquisición supone un proceso que va de la
observación de las cosas a su adquisición cualitativa a través de una relación
de semejanza que establece una representación elemental. El proceso de la
escritura pasa por un sistema inicial de simbolización gráfica icónica en la
que existe una relación de parecido entre los grafismos trazados sobre el papel
y lo que representan. (Leal, 1987, p. 48) Luego, la simplicidad de los símbolos
de primer orden gana complejidad cuando con la aparición de la palabra se
pierde la proximidad de la imitación y se establece una relación con
independencia entre los grafos-ías y las ideas. De esta manera, el hombre deja
de enfrentarse directamente con la realidad para retroceder frente a ella en la
medida en que avanza su actividad simbólica. A esto es a lo que se refiere E.
Cassirer cuando afirma que el lenguaje es símbolo no porque designe una porción
del mundo con una imagen sino porque crea y despliega un mundo propio de
sentido. (1975, p. 84) Así mismo, en Filosofía de las formas simbólicas se hace
evidente un proceso de independencia del lenguaje que inicia en lo sensible
(relación del lenguaje con las cosas) para llegar a la intuición. (1998[1964]).

Ficción, mentira y filosofía.
En su Tratado de semiótica general,
Umberto Eco define la semiótica como «la disciplina que estudia todo lo que
puede usarse para mentir.» (TRA, p. 22) La definición es una especie de juego
que señala la arreferencialidad y sus trampas. Eco nos remite así a una
semiótica de las presuposiciones, del simulacro y de la creación literaria en
medio de la cual su propia obra es el mejor ejemplo. Su novelas son la
actualización de su juego con lo no real, con lo posible, con lo imaginario, y
un botón perfecto de la ficción como mentira.
Umberto Eco y el camino
de la estética a la semiótica. PAG. 3.
En la visión de Cassirer, la diversidad
de los idiomas no la constituye la variedad de sonidos y signos, sino de
visiones del mundo, por eso, al llegar a la fase del lenguaje en la expresión
intuitiva, el tratamiento de la metáfora es obligado. Esta figura adquiere
autonomía propia y se libera de lo real hasta crear una nueva realidad. En
parte, esto es lo que pasa en el arte y la experiencia estética. Finalmente, el
conocimiento sensible no es una experiencia que el hombre alcance por sí mismo,
sino más bien es el arte (y la literatura es arte) quien introduce al hombre en
esa estética, desde donde captará después –y de un nuevo modo– el mundo
natural. (Dufrenne, 2002, p. 210).
En términos generales, esta es la fuente
–el asombro– que justifica esta investigación. Se ha ido construyendo de
distintas vetas que buscan la unidad en la posibilidad de un tratamiento
filosófico de un hecho semiótico reconocido en la literatura. De esta manera,
se trata también desde una particular estética, a caballo entre la teoría de la
comunicación y la filosofía de la cultura.
Estas letras, sus botones y sus mentiras.
Para fundamentar semióticamente esta
teoría de la mentira nos propusimos: (i) Analizar el papel del signo como punto
de partida de una semiótica general y su justificación como una realidad
cultural. (ii) La cultura como una realidad plausible de análisis semiótico y
el análisis de la relación entre una semiótica de la significación (teoría de
los códigos) y una semiótica de la comunicación (teoría de la producción de los
signos) como la relación entre signo y cultura. (iii) Los elementos del
análisis sígnico como sus vías de realización. (iv) El concepto de creatividad
o productividad lingüística y su relación con los elementos anteriores como
parte del proceso cultural semiótico de la vida del signo. (v) El estudio de la
relación entre semiótica y creación literaria, sobre todo en la consideración
de esta teoría de la mentira como proceso de creación.
Una
vez planteados los objetivos, diseñamos el trabajo alrededor del Tratado de
semiótica general, pero había otros elementos que se abrían paso a partir de
ese núcleo definido que tenían que ver tanto con los antecedentes como con las
consecuencias del Tratado, en una secuencia más o menos homogénea,
cronológicamente hablando, que seguía, además, la sucesión de las obras de Eco.
De esta manera, el trabajo abordará tres
partes fundamentales. La primera aborda el camino que Umberto Eco recorre desde
la estética tomista hasta la historia y comunicación de la cultura de masas.
Comprende la etapa de Eco como estudiante en Turín bajo la tutela de L.
Pareyson, la redacción de Obra abierta y cómo este concepto impactó el ámbito
de la estética italiana hasta convertirse en un elemento de análisis cultural.
La segunda parte constituye el núcleo del trabajo y lo titulamos El plan de la
semiótica general; abarca la primera intromisión formal de Eco en la semiótica
a través de sus clases en la escuela de arquitectura de las universidades de
Turín y Milán
Umberto Eco y el camino
de la estética a la semiótica. PAG. 4.
que preparan su etapa como
profesor ordinario de semiótica en Bolonia. La sección está dividida en dos
partes, la primera de las cuales se aproxima al análisis del signo que Eco
realiza en La estructura ausente, pero también en otras obras contemporáneas
como Signo y Las formas del contenido.
En este apartado destacamos la
influencia de la teoría de las funciones del lenguaje de Jakobson, la idea
fundamental que permite a Eco enfrentar las cuestiones relativas a la función
estética y/o poética del lenguaje. El segundo apartado de la segunda parte
aborda la considerada obra fundamental de la semiótica de Eco, es decir, el
Tratado. En el Tratado es evidente la influencia del filósofo norteamericano C.
S. Peirce, así como la consideración de la invención y el texto estético. En
honor a la verdad, Kant y el ornitorrinco es una obra que completaría la visión
semiótica fundamental de Eco, no obstante, hemos considerado que el núcleo de
su argumento debía ser tratado en relación a otro problema, lo que lo remitió a
un apartado de la tercera parte y le restó protagonismo. Con todo, el criterio
de la investigación debía dar lugar al problema que anuncia el subtítulo del
trabajo: Ficción y teoría de la mentira. En este tercer apartado tratamos de
recoger los argumentos que nos permiten concluir la función de la creación
literaria como una especie de teoría de la mentira, y en esa medida, parte
fundamental de una semiótica de la cultura.
El núcleo de esta última sección lo
constituye la teoría de la cooperación textual y algunos de sus efectos para el
universo de la interpretación, como la cuestión de la hermética y la
traducción. Al final, aunque muy tímidamente, configuramos la manera como
nuestros presupuestos y elaboraciones quedan finamente ilustradas en la propia
obra, literaria y semiótica, del autor piamontés Umberto Eco.
Miguel Mandujano Estrada
Morelia-Barcelona, 2007-2009.
Umberto Eco y el camino
de la estética a la semiótica. PAG. 5.
UMBERTO ECO Y EL CAMINO DE LA ESTÉTICA A LA SEMIÓTICA.

Umberto Eco arribó a los temas
semióticos a través de un trayecto iniciado en la consideración del problema
estético. A través de su trabajo como divulgador de la cultura en los medios de
comunicación, el tratamiento filosófico del arte se fue transformando en una
mixtura entre la filosofía estética, la comunicación de masas y la crítica del
arte. En boga estaba el idealismo de B. Croce y el estructuralismo semiótico y
antropológico. No obstante, la tutela en la Universidad de Turín de L. Pareyson
dota a Eco de una formación tradicional que la profundización en el pragmatismo
ontológico de Charles Sanders Peirce lo llevan a madurar una estética semiótica
que se distingue del paradigma estructural y se aproxima al hermenéutico. Los
formalistas rusos habían negado la estética como solar cognoscitivo donde
asentar sus teorías para sustentarlas en el paradigma de la lingüística
moderna. Sólo el círculo de Bajtín reaccionó en contra de los jóvenes teóricos
del método formal criticando su cientificismo y su oposición a la estética
general. (Cfr. Eco, 1997c, p. 54).
La estética tomista.
Eco se doctoró en 1954 con la tesis El
problema estético en Santo Tomás de Aquino que le dirigió el filósofo italiano
Luigi Pareyson, maestro también de Gianni Vattimo y algunos otros filósofos
como Sergio Givone y Diego Marconi en la Universidad de Turín. La tesis fue
publicada en 1956 como Il problema estetico in San Tommaso, y la segunda
edición (1970) lleva el título Il problema estetico in Tommaso d’Aquino.
Croce, en su obra clásica de 1902,
Estética como ciencia de la expresión y lingüística general (2005), reconoce la
existencia de algunas ideas estéticas en el medioevo pero estableciendo que
Umberto Eco y el camino
de la estética a la semiótica. PAG. 6.
no son originales, sino que
provienen de la reflexión de la época antigua y sustituyen la idea de sumo Bien
por el concepto de Dios cristiano. El pensamiento medieval, se caracteriza
–dice Croce–, por su rigorismo estético y la negación del arte por parte de la
religión. (p. 219) Según U. Eco, Croce piensa que las ideas de Santo Tomás se
mueven en una atmósfera generalísima, sofocada por la especulación teológica
cuando, como en Hegel, el arte deriva de la intuición personal. En este
sentido, es ocioso encontrar, o tratar de encontrar, movimientos comunes, por
ejemplo, en la época medieval. El arte no es filosofía, no es ciencia natural,
no es historia, habría dicho Croce. (1978).
Ciertamente, Eco reconoce que los
filósofos medievales propusieron cánones de producción artística a través de
los teóricos de la antigüedad clásica, y que muchas de sus categorías son
tomadas de la tradición bíblica y patrística. No obstante, añade que el
pensamiento medieval incorpora esos conceptos en marcos filosóficos que dan a
su especulación estética una indiscutible originalidad, no sólo por la
referencia a un concepto abstracto sino porque remiten también a experiencias
concretas.
En otro orden de ideas, Eco aborda,
en Arte y belleza en la estética medieval la controversia entre místicos y
rigoristas (s. XII), documentando la polémica de cistercienses y cartujos sobre
el lujo en la decoración de las iglesias y/o el reconocimiento de las
cualidades estéticas del ornamento. Siguiendo estas cuestiones, Eco destaca la
actitud ante la belleza del hombre medieval.
Ahora bien, Eco tiene muy claro que
la teorización del lenguaje alegórico de Santo Tomás, si bien es rigurosa y
novedosa, está inserta en el marco teocéntrico del hombre medieval, dándole a
la poética del símbolo dos sentidos. Por un lado está el reconocimiento de que
la poesía es arte, e inmediatamente, la aclaración de que este arte como hacer
humano es inferior al conocimiento puro de la filosofía y la teología. Así,
para Santo Tomás no se puede hablar de metáforas poéticas en la Biblia, ya que
esto reduciría la naturaleza revelada de la escritura y haría de la poesía
misma ínfima doctrina (ARB, p. 93). No obstante, nos dice Eco, Santo Tomás
establece que es posible hablar de un sensus spiritualis o de una suerte de
sobresentidos que pueden ser atribuibles a un texto, aunque habría que
distinguirlos del sentido literal, revelado e histórico, de la escritura. En
realidad, y dado que en los textos sagrados se identifican el sentido del
enunciado y la circunstancia de la enunciación, el sobresentido se reconoce en
los casos en que el autor no pretendía comunicar y no sabía que comunicaba.
Este sensus particular se refiere sólo
al caso de la Sagrada Escritura, evidentemente, por la condición sacra del
escrito a la que Tomás y los medievales se someten, pero no sucede así con la
poesía mundana, donde siempre debe reconocerse un sentido parabólico de lo
escrito.
Umberto Eco y el camino
de la estética a la semiótica. PAG. 7.
Ahora
bien, así como para la Edad Media es imposible reducir el carácter de la Biblia
a una poética del mundo, para Eco son igualmente ilícitos los fantasiosos
paralelos que ciertos escolásticos pretenden hacer de la escritura con la
intuición bergsoniana o crociana. Habría, evidentemente, que reconocer la
distinción de los contextos, y dar a cada poética, su momento y diferencia en
la historia. Una vez dada por sentada la pertinencia de su estudio, el problema
de la tesis de Eco es hacer evidente cómo para Santo Tomás es posible predicar
algo del ente en sí mismo sin que la predicación sea una mera tautología. Y es
que siendo el ente aquello más patente que concibe el entendimiento y en que se
resuelven todas sus concepciones, no puede añadírsele nada entitativamente; no
obstante, hay ciertas notas que algo le añaden. ¿Qué es lo que permite el
reconocimiento de estas notas? Eco dirá, el concepto de ens, que manifiesta en
sí, las categorías trascendentales, unum, res aliquid, verum, bonum.
El neotomismo clásico, pongamos como
ejemplo a Étienne Gilson (1884- 1978), ha ahondado en la distinción entre Santo
Tomás y su fuente, Aristóteles. Gilson, en El ser y la esencia (1951) encomia
el aporte del Aquinate al distinguir la idea de esse. Mientras que en
Aristóteles no hay mayor distinción entre lo que es el ente, la ousía, y la
sustancia, Santo Tomás añade la presencia de este otro principio. Si por la
forma el ente es lo que es, gracias al esse es o existe. Con esta conclusión,
Tomás establece que la forma no es la raíz última de la realidad, lo es su
actus essendi.
Al final, y dado que ambos principios
residen en el organismo completo y la complejidad de sus relaciones, la
característica de la claritas adquiere un significado propio. Santo Tomás
condena la intemperancia, dice Eco, no por razones éticas, sino por razones
estéticas, ya que en el intemperante se apaga la luz de la razón, que es la
fuente de la claridad. (ILP, p. 135) De lo anterior se infiere que la belleza
es causa formal, y el bien, la causa final, por eso para la teoría de los
trascendentales tomista el pulchrum no se reduce al bonum.

Umberto Eco y el camino
de la estética a la semiótica. PAG. 8.
El itinerario de la
Obra Abierta.
En la RAI, Eco conoció al compositor vanguardista
Luciano Berio, cuya obra resultó fundamental para la elaboración de la Obra
abierta. En el prefacio a la segunda edición (1967[1962]), Eco recuerda que las
cuestiones de la obra abierta se iniciaron siguiendo las experiencias musicales
de Berio y discutiendo con él, con Henri Pousseur y con André Boucourechliev
los problemas de la nueva música.
Berio, cuenta Eco, trabajaba por ese
entonces, entre 1958 y 1959, en un experimento sonoro llamado Homenaje a Joyce,
basado en el capítulo 11 del Ulises, un pasaje particularmente rico en
onomatopeyas y aliteraciones:
Resumiendo:
cuando, en 1959, Berio me pidió un artículo para su revista Incontri musicali
(sólo cuatro números en total, pero todos históricos), volví a ocuparme de una
comunicación que había presentado, en 1958, al Congreso Internacional de
Filosofía y comencé a escribir el primer ensayo de Obra Abierta, y después el
segundo (…) Con todo, yo todavía no pensaba en el libro. Quien pensó en él fue
Italo Calvino, que leyó el ensayo en Incontri musicali y me preguntó si quería
hacer de él algo para que lo publicase Einaudi. Yo le dije que sí, que lo
pensaría, y a partir de aquel momento comencé a planificar un libro muy
complejo, una especie de summa sistemática sobre el concepto de apertura. (OA,
p. 6)
La summa a la que Eco se refiere
nunca fue tal; en 1962, Bompiani publicó los ensayos bajo el título de Obra
abierta, y aunque Eco pensó que sería una obra exploratoria del plan original,
nunca hubo una siguiente. Originalmente, un ensayo sobre Joyce ocupaba la mitad
del libro. Este ensayo se publicó por separado desde 1965 como Las poéticas de
Joyce y la edición inglesa de 1989 contiene ensayos que no están en otras
traducciones, aunque alguno de ellos aparece en La definición del arte.
Forma e interpretación; la influencia de Luigi Pareyson.
La influencia de Luigi Pareyson
(1918-1991) en la obra de Eco trasciende la dirección de su tesis doctoral
sobre la estética tomista, representa, como hemos apuntado, una alianza frente
al idealismo de Benedetto Croce, el esteta más influyente del contexto
italiano.
Croce, reconociendo que hay dos formas
de conocimiento, el intuitivo y el lógico, y considerando que la conciencia de
la realidad se funda en la distinción entre imágenes reales e irreales, pero
que estas distinciones se dan sólo en un segundo momento, establece que la
percepción es intuición, y el arte un conocimiento intuitivo, inmediato e
individual. (2005).
Umberto Eco y el camino
de la estética a la semiótica. PAG. 9.
Pareyson procede, en cambio, desde la
consideración de la vida humana (unitaria y completa) como una constante
invención y producción de formas, no sólo en el aspecto teorético, sino en
todos los que constituyen la vida real. En este sentido, dice Eco en Forma e interpretación
en la estética de Luigi Pareyson (En OW), que siendo cada forma un acto de
invención, toda labor humana es, de algún modo, artística.
Para Pareyson, el aspecto esencial del
arte es el productivo. Más aún, todas las actividades humanas, incluso las
espirituales, tienen un aspecto visible, manual. El arte es producción y
realización en sentido intensivo, inminente y absoluto, hasta el punto que
frecuentemente ha sido denominado como creación, puesto que llega a producir
objetos radicalmente nuevos, incremento de la realidad, innovación ontológica.
El arte, sigo Pareyson, no simplemente llevar a término, producir, realizar, o
un simple hacer; el arte es también invención, y es un hacer tal, que mientras
hace inventa lo que está por hacer y la manera de hacer. (Cfr. 1997[1959], p.
43)
Sucede entonces que, mientras Croce se
manifiesta indiferente a la materialidad de la obra de arte, considerándola,
decíamos, pura forma, la forma pareysiana es orgánica, es decir, una unidad de
carácter físico, autónoma, armónicamente calibrada y regida por sus leyes
propias. Esta formación artística se revela a través del estilo o modo de
formar, que descubre la personalidad total del artista y no sólo su
subjetividad, en la única, personal y verdadera manera en que fue formada la
obra de arte.
Particularmente, en este concepto de
interpretación, Pareyson deja ver el cariz material de la obra de arte, e
insiste en que la vida es invención y producción de formas y habría, por tanto,
que afirmar el carácter artístico de toda realización humana. (DEF, p. 13)
Pero el acto de formar no es
unidireccional o unívoco; la forma-formante que es la actividad artística,
obedece a una constante dialéctica del intentar del artista, que es su propio acto
de formar. No quiere decir, sin embargo, que todas las partes de la obra sean
consideradas en función del organismo artístico como forma total, ya que las
partes gozan también de la perfección y la legalidad en la que intervienen.
Significa que la forma, autónoma y realizada, puede ser contemplada en su
perfección sólo si se considera de una manera dinámica. (DEF, pp. 17-20) Esta
afirmación implica que la forma puede ser mejor entendida como un acto de
comunicación. Este concepto de dinamicidad es importante para el de
interpretación, ya que éste decide la integración entre un mundo de formas
dotadas de legalidad humana, y la presencia de una actividad humana que, además
de actividad formante, es también actividad interpretativa.
Por parte del fruidor, la
contemplación de la forma supone siempre una suerte de actividad interpretativa
en una dialéctica en la que el artista no tiene otro modo de descubrir la obra
que realizándola, y en realidad, «el artista se encuentra en la situación de
tener que acabar un trabajo sin saber de antemano qué le queda por hacer para
completar lo que está realizando» (Pareyson,
Umberto Eco y el camino
de la estética a la semiótica. PAG. 10.
1987, p. 27) De manera que esta
dialéctica entre la actividad del artista y la intencionalidad de la obra está,
dice Pareyson, entre la libre iniciativa de la persona y la teología inmanente
de la forma. «La obra es a la vez la ley y el resultado de su aplicación, como
forma formata y forma formans al mismo tiempo, presente tanto en los
presentimientos del artista como en el producto de su trabajo.» (Pareyson,
1987, p. 29)

Estética
y poética de la obra abierta.
Más que de estética teórica, los
ensayos que componen la Obra abierta se presentan como una historia de la
cultura y, en particular, como una historia de las poéticas. De esta manera,
Eco, más que hacer una estética al modo de Pareyson, realiza una consideración,
desde el punto de vista del lector, de la obra de arte.
Esta interacción usuario–obra, es
siempre de análisis y reconstrucción; de ahí que la definición del arte tenga
que ser completada hasta el momento en que se reconocen las múltiples maneras
en que la definición es determinada y delimitada, por la cultura y por el arte.
De hecho, la idea de un modo de formar del artista llega a ser más importante
que el objeto formado, ya que considera la obra como un instrumento mediante el
cual se comprende un nuevo modo de formar, que es un proyecto de poética. (DEF,
pp. 129-130) En el mismo sentido, la fruición de la obra es, entonces, un
proceso analítico que se destina a una estructura.
En la obra de arte no hay, sólo y
siempre, una determinada poética que se aplica, sino que la obra misma se
propone como un intento de formular una poética, y dice Eco en La definición
del arte, que incluso cuando se trata de una obra conseguida, ésta debiera
reconocerse en la medida en que ha sabido expresar el problema de poética que
pretendía resolver.
Umberto Eco y el camino
de la estética a la semiótica. PAG. 11.
La obra de arte contemporánea,
sigue Eco, se reduce a un manifiesto poético que es, por tanto, filosófico,
acerca del modo de ver las cosas a través del arte. La obra es la formación
concreta de una poética, y así, añade algo a nuestra comprensión y a nuestro
placer. Un problema de poética, será, entonces, un modo de formar que la obra
intenta comprender, que actualiza y desde el que parte. Esto capacitará a Eco
para hablar de una poética de la obra abierta.

Estética y poética de la obra abierta.
El particular punto de vista de
Eco sobre el arte se inicia con la consideración del carácter de apertura,
multiplicidad o complejidad de la obra de arte, condición que comunica,
analíticamente, la constante y progresiva interacción entre el usuario y la
obra. Esta interacción usuario–obra, es siempre de análisis y reconstrucción;
de ahí que la definición del arte tenga que ser completada hasta el momento en
que se reconocen las múltiples maneras en que la definición es determinada y
delimitada, por la cultura y por el arte. De hecho, la idea de un modo de
formar del artista llega a ser más importante que el objeto formado, ya que
considera la obra como un instrumento mediante el cual se comprende un nuevo
modo de formar, que es un proyecto de poética. (DEF, pp. 129-130) En el mismo
sentido, la fruición de la obra es, entonces, un proceso analítico que se
destina a una estructura.
En la obra de arte no hay, sólo y
siempre, una determinada poética que se aplica, sino que la obra misma se
propone como un intento de formular una poética, y dice Eco en La definición
del arte, que incluso cuando se trata de una obra conseguida, ésta debiera
reconocerse en la medida en que ha sabido expresar el problema de poética que pretendía
resolver. La obra de arte contemporánea, sigue Eco, se reduce a un manifiesto
poético que es, por tanto, filosófico, acerca
Umberto Eco y el camino
de la estética a la semiótica. PAG. 12.
del modo de ver las cosas a
través del arte. La obra es la formación concreta de una poética, y así, añade
algo a nuestra comprensión y a nuestro placer. Un problema de poética, será,
entonces, un modo de formar que la obra intenta comprender, que actualiza y
desde el que parte. Esto capacitará a Eco para hablar de una poética de la obra
abierta.
El concepto de Obra abierta.
Las nuevas producciones de música
instrumental, destaca Eco, se caracterizan por la autonomía interpretativa que
se concede al intérprete. Esta libertad es llevada a tal punto que interviene
francamente en la forma de la composición. En este sentido, las obras de Berio,
de Stockhausen, de Pousseur, se contraponen a realidades sonoras organizadas de
modo definitivo y concluso como una fuga de Bach, Aida, o la Sacre du
Printemps. (OA, pp. 71-73)
No obstante, la apertura de la obra
de arte no es, para Eco, una categoría crítica, sino un modelo hipotético.
Por otro lado, Eco entiende obra
como forma al estilo de Pareyson, es decir, como un todo orgánico proveniente
de la fusión de distintos niveles de experiencia precedente, tales como ideas,
emociones, disposiciones, vivencias, temas, argumentos, etc.
Obras en movimiento.
Existen tres diferentes tipos de
apertura respecto de la atención del lector. En un primer sentido, toda obra de
arte, aunque haya sido producida siguiendo poéticas de necesidad, es abierta a
la ilimitada cantidad de lecturas posibles. El segundo estaría constituido por
obras que aunque orgánicamente completas, están abiertas a la continua
generación de relaciones internas que el destinatario descubre y selecciona en
su acto de percibir el estímulo. Finalmente, un tercer sentido lo constituyen
las obras, llamadas por Eco, obras en movimiento.
La literatura, al fundarse en el
uso del símbolo como comunicación de lo definido, es del tipo obras en
movimiento, por eso es que está abierta a reacciones y comprensiones siempre
nuevas. En este sentido, la obra literaria es una «continua posibilidad de
aperturas.» (OA, p. 81) Más adelante dice que aun donde el desenlace de la
historia es esperado y deseado, cuasi unívoco, la obra es considerada abierta,
ya que dicha solución tiene, en realidad, que venir del concurso consciente del
público. El ejemplo recurrente en Eco es el Finnegans Wake de Joyce.
Es importante subrayar que para Eco
resulta fundamental que esta actividad de interpretación posible de las obras
abiertas existe en respuesta a la obra de arte, es decir, no se da
Umberto Eco y el camino
de la estética a la semiótica. PAG. 13.
porque sí, de manera inmotivada,
al contrario, es responsabilidad de la poética del artista. Una vez dada la
obra, entra en juego, entonces sí, esa ambigüedad perceptiva que da al lector
la «posibilidad de colocarse antes del convencionalismo del conocimiento
habitual para tomar el mundo en una plenitud de posibilidades que precede a
toda estabilización debida a la costumbre.» (OA, p. 92)
Podríamos resumir entonces: (1) las
obras abiertas en cuanto obras en movimiento se caracterizan por la invitación
a hacer la obra con el autor; (2) otras obras, aun siendo físicamente
completas, están, sin embargo, abiertas a una germinación continua de
relaciones internas que el usuario debe descubrir y escoger en el acto de
percepción de la totalidad de los estímulos; (3) en otro sentido, toda obra de
arte está sustancialmente abierta a una serie virtualmente infinita de lecturas
posibles.
El
lenguaje poético.
Según Eco, la poética contemporánea
apela, de por sí, a la movilidad de las perspectivas. Hemos comentado cómo en
un sentido o en otro, ninguna obra de arte es cerrada en sí misma. No obstante,
el caso de la poética es particular, porque se da en ella una distinción
propia, que es la de los mensajes de función referencial y los de función
emotiva.
Otra característica fundamental de
este tipo de mensaje es que no sólo identifica un significado con un
significado, sino que puede detenerse en los significantes para referirse a sí
mismo, es decir, el mensaje es autorreflexivo.
Ahora bien, no es que la esteticidad
esté en el discurso emotivo más de lo que lo está en el discurso referencial,
en realidad, apunta Eco, el lenguaje poético implica el uso emotivo de las
referencias y el uso referencial de las emociones.

Umberto Eco y el camino
de la estética a la semiótica. PAG. 14.
Apertura y teoría de la información.
La apertura es, entonces, la
condición de todo goce estético y a la vez, toda forma susceptible de goce. En
cuanto dotada de valor estético, la obra es abierta «aún cuando el artista
tienda a una comunicación unívoca, y no ambigua.» (OA, p. 126) Pero hay,
además, una apertura que se basa en los elementos que componen el resultado
estético y no sólo en el resultado. Estas formas abiertas, son, digamos, más
abiertas, o más específicamente abiertas, y aunque en unas y otras, la apertura
es explícita. Esta última es una apertura superior que aumenta el nivel de
información.
La teoría de la información tiende a
cuantificar la cantidad de información contenida en determinado mensaje,
información que está delimitada por una serie de ideas acerca de la fiabilidad
de la fuente. Por ejemplo, la afirmación «mañana no lloverá» dicha un día de marzo,
no aporta una cantidad de información que deba considerarse; es más, no ofrece
ninguna información, ni poca ni mucha, ya que normalmente nunca llueve en
marzo, en cambio, la afirmación «mañana, 12 de marzo, lloverá» sí ofrece una
cantidad de información nueva, y no porque en realidad llueva o no ese día,
sino, al contrario, por la imposibilidad de que suceda. La información, dice
Eco, «es una cantidad sumada a lo que ya sé.» (OA, p. 136)
Pero aclaremos: la información debe
estar definida en el ámbito de las situaciones más simples en que la cantidad
de información pueda ser medida. La Obra Abierta inaugura uno de los problemas
que Eco desarrollará posteriormente en su semiótica, que es el del cálculo
binario de la información, según el cual, para calcular la cantidad de
información habría que tomar en cuenta que el máximo de probabilidad de que
ocurra un acontecimiento como 1 y el mínimo 0, de esta manera, la relación
entre una serie de acontecimientos verificables, y la serie de probabilidades de
ella, se establece como la relación entre una progresión aritmética y
geométrica.
Para Eco, la existencia de
relaciones de causa y efecto de entropía decreciente establecen la existencia
del recuerdo. (OA, p. 142) El recuerdo, así entendido, no es más que un
almacenamiento de información, de ahí que Eco encuentre una relación tan
estrecha entre entropía e información. Esto nos ayudará a entender que medir la
cantidad de información significa medir un orden o un desorden según el cual un
mensaje dado está organizado.
Ahora bien, si sólo el cincuenta por
ciento de lo que se dice se debe a lo que se quiere comunicar, el cincuenta por
ciento restante estará dominado por la estructura de la lengua y la
comprensibilidad de un mensaje estará regulado por el orden, fundamentando su
previsibilidad, es decir, su trivialidad. En otras palabras: en cuanto más
ordenado y comprensible es un mensaje, tanto más previsible resulta. Por lo
anterior, resulta insatisfactoria para nuestro autor la opinión de que el
significado y la información sean sinónimos, y que se puedan relacionar orden y
sistema de probabilidades como opuestos a entropía y desorden.
Umberto Eco y el camino
de la estética a la semiótica. PAG. 15.
El mensaje poético.
Es precisamente en el arte, en
particular en la poética, donde se verifica la última afirmación. Entendamos
aquí por poética aquella relación nueva de sonido y concepto, sonidos y
palabras que comunica al mismo tiempo que un significado dado, hasta el punto de
que la emoción surge incluso cuando el significado no está claro.
Pero, hay que aclararlo, la
información, como medida de posibilidad, no tiene nada que ver con la verdad o
falsedad de un mensaje. El sentido estadístico de información es, entonces, más
amplio que el comunicativo. Estadísticamente, tengo información cuando cuento
con la copresencia de todas las probabilidades a nivel de fuente de
información. Comunicativamente, tengo información cuando en el seno del
desorden, confecciono y constituyo un orden como sistema de probabilidades, es
decir, un código, y cuando en el seno de este sistema introduzco, a través de
la ambigüedad, elementos de desorden.
Así pues, la poética de la obra abierta
supone, por un lado, las razones históricas o background cultural, es decir, la
visión del mundo que se supone en el lector, y por otro, las distintas
posibilidades de lectura de tales obras. (OA, p. 197) Lo importante es destacar
que la apertura no sustituye a la forma, sino que la coloca como un campo de
posibilidades, ya que lo que se goza es la calidad de una forma, es decir, de
una obra que es abierta porque es obra. Sobre la base de una información
cuantitativa se establece la información estética, aquella es la posibilidad de
aportar a los signos la mayor parte de integraciones personales compatibles con
las intenciones del autor.
La manera de formar y el compromiso con la realidad.
Remitiéndose a Marx, Eco diferencia
el concepto de Entfremdung (alienación-en-algo) del de Verfremdung
(alienación-de-algo), para decir que el primero es una suerte de renuncia a uno
mismo, un «verse-intervenido-por algo que no somos nosotros». (OA, p. 278)
Marx, dice Eco, reprocha a Hegel que no haya distinguido la objetivación
(Entäusserung) de alienación (en el sentido de Entfremdung), porque mientras
que la objetivación era para Marx un proceso positivo e inalienable, la
alienación constituía, desde el ya, una situación de hecho.
Pero Eco no está interesado en hacer
de manera exclusiva una crítica social, sino cultural, porque en el fondo
describe un proceso artístico que tiene que ver con la poética en que se
enmarca. Eco responde mediante este ensayo a las ansiedades de la izquierda
encabezadas por la liga Croce-Gramsci y sus asunciones sobre la dirección de la
cultura contemporánea.
En la rima, por ejemplo, puede haber
una alienación interior, sobre todo al final de cada período, ya que resulta
cada vez más alienante no sólo por un sistema de posibles concordancias,
Umberto Eco y el camino
de la estética a la semiótica. PAG. 16.
sino por la rima como costumbre
de fruición. Y entonces, el poeta tiene la posibilidad de buscar un lenguaje
desusado, una rima impensada; al hacerse consciente de su alienación, la
convierte en instrumento de liberación. El modo de composición, es, a la vez,
todo un modo de formar en el mundo, y
el verdadero contenido se
convierte en su modo de ver el mundo y de juzgarlo, resuelto en modo de formar,
y a este nivel habrá que conducir el discurso en torno a las relaciones entre
el arte y el mundo propio. (OA, p. 300)
Historia y comunicación de masas; apocalípticos e integrados.
En la década de los sesenta, Eco
formó parte del Gruppo 63, surgido a imagen del Gruppe 47 alemán, en el que una
liga de artistas e intelectuales, organizados por Nanni Balestrini en Palermo
en octubre de 1963, se reunieron para considerar la neovanguardia italiana. El
grupo no sólo se dedicó a estudiar los últimos movimientos artísticos, sino que
constituyó una especie de segundo frente al considerar la cultura misma como un
acto político.
El grupo murió en 1969. Por su
parte, Eco había venido incrementando paulatinamente su escepticismo sobre la
neovanguardia como movimiento, pero adoptando la idea de la vanguardia como
poética y experimento. (Caesar, 1999, pp. 31-32)
En esa época, e interesado en
obtener la cátedra de Pedagogía y psicología de las comunicaciones de masas,
Eco reunió los ensayos de Apocalípticos e integrados sirviéndose de un grupo de
trabajos en los que analiza los fenómenos de costumbres, la cultura popular, la
novela policíaca y las tiras cómicas, temas que, por otro lado, le habían
interesado desde muy joven. El libro se publicó en 1964.
En Apocalípticos, Eco aborda el
concepto, genérico y ambiguo según él mismo dice, de cultura de masas para
postular dos actitudes frente a este hecho; una, considera que la cultura es un
hecho aristocrático, celoso, solitario, de una interioridad refinada que se
opone a la vulgaridad de la muchedumbre. Esta postura considera que la idea
misma de una cultura compartida por todos, a la medida de todos, es en sí misma
un contrasentido monstruoso. Desde este punto de vista, la cultura de masas es
anticultura, un signo de una aberración transitoria, y de una caída
irrecuperable, ante la que el verdadero hombre de cultura no puede sino
expresarse en términos de Apocalipsis.
No obstante, de algún modo, el
apocalíptico representa un consuelo para el lector, ya que le deja ver que
debajo de la catástrofe de la anticultura, existe una comunidad de superhombres
capaces de elevarse por encima de la multitud y la banalidad media, aunque sea
mediante el
Umberto Eco y el camino
de la estética a la semiótica. PAG. 17.
rechazo. Sin embargo, dirá U.
Eco, el universo de las comunicaciones de masas no es el universo del
superhombre, sino del hombre común y mundano, digamos algo sobre el estudio del
kitsch a que Eco hacía referencia y que aborda en el apartado Estructura del
mal gusto. El mal gusto, en alemán kitsch, es eso que todo mundo sabe lo que es
– dice Eco– pero nadie es capaz de definir; como una noción de avanzada, Eco la
explica como «prefabricación e imposición del efecto.» (AEI, p. 84)
El kitsch utiliza la técnica de
reiteración del estímulo, presentándose como una forma de mentira artística,
para un público perezoso, que imita el efecto de la imitación. La cultura media
(midcult) invita al fruidor a una experiencia aparentemente privilegiada y
difícil que hace accesible mediante la reiteración; para esto, la midcult toma
procedimientos de la vanguardia y los adapta a algo entendible para todos;
estos procedimientos son notorios, sabidos, consumados, y construyen el
mensaje, por tanto, mediante la provocación de los efectos, vendiéndolos como
arte y tranquilizando al consumidor, al que convence de haber hecho un
encuentro con la cultura. (AEI, p. 98) La base del kitsch, es pues, la
provocación de efectos y la divulgación de formas consumadas.
En este sentido, Eco se propone
examinar las características del mensaje lingüístico, así como del mensaje
comunicativo en general para establecer las modalidades del mensaje artístico.
Ya en Obra Abierta, como comentamos, había iniciado este uso de un sistema de
comunicación para explicar el proceso comunicativo.
Siempre de acuerdo a la lingüística
de Jakobson, Eco recuerda que el código no se limita al contenido cognitivo del
discurso, ya que la estratificación estilística de los símbolos lexicológicos,
así como sus variaciones libres, están previstas y preparadas por el código.
Por otro lado, la noción de código se refiere también a un sistema de
organización superior al nivel de los significados y de la significación
fonológica, por la cual la lengua distingue en el discurso oral la serie
infinita de unidades informativas elementales que son los fonemas.
Una segunda definición de Kitsch dice
que es aquella obra que nos aparece como algo consumido. Así, es claro que el
mensaje referencial es menos complejo, que el autor del mensaje poético tiende
a acentuar las características que hacen imprecisa la referencia del término y
lo inducen a detenerse en éste. De esta manera, en la poesía, se constituye un
sistema de relaciones mutuas complejo. El verso, eliminando la redundancia,
condensa ambiguamente en un esquema lingüístico toda una serie de significados
posibles, y se constituye como el sistema de todos los significados que le
pueden ser atribuidos.
En este panorama, es fácil que una
industria de la cultura intente salir al encuentro de los usuarios para
hacerles una descodificación parcial, como mediación ante el público. Esto es
lo que hace el kitsch.
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