miércoles, 25 de marzo de 2015

MAPA MENTAL "SEMIÓTICA"


ESTE ES UN MAPA MENTAL, CON LOS PUNTOS MAS IMPORTANTES DEL TEMA SEMIÓTICA, ESPERO SEA ÚTIL Y LES QUEDE MAS CLARO EL TEMA

SEGUNDO CAPITULO “Umberto Eco y el camino de la estética a la semiótica.”

II. EL PLAN DE LA SEMIÓTICA GENERAL

1.    La estructura ausente: Una introducción a la semiótica.

La estructura ausente, obra de 1968, sigue las notas hechas para las
primeras clases de Eco en Milán y Florencia y se convierte en su primer gran
obra sobre semiótica. Como ya habíamos adelantado, en ella establece una serie
de nociones básicas heredadas de sus libros anteriores sobre estética,
comunicación de masas y arte.
                                                        
1.1  La ciencia de los signos



          El primer uso que se hizo del nombre semiótica se remonta a la tradición médica antigua. Efectivamente, se le atribuye a Galeno (c.129-199) el uso de semiótica como la ciencia de los síntomas. Un concepto más preciso lo encontramos en el siglo XVII, cuando Locke propone el término en su Ensayo sobre el entendimiento humano para indicar la doctrina de los signos, disciplina correspondiente a la lógica tradicional (IV, 21, 4). No obstante, el reconocimiento de la semiótica como ciencia no se da hasta ya entrada la segunda mitad del siglo XX; en sus Elementos de semiología de 1964, Roland Barthes afirmó que la semiología es una ciencia que está por hacer, y apenas con Morris, en 1971, el concepto se entiende como una teoría de la semiosis más que del signo. (1994)
        
            En 1967 Umberto Eco publicó su primer ensayo de orden semiótico, los Apuntes para una semiología de la comunicación visual que, un año después, formarían parte del texto de La estructura ausente. De esta manera, el interés por el tema estético y la historia de la cultura, que había alcanzado su máxima expresión con Obra Abierta y Apocalípticos e integrados, gira para integrarse al momento del reconocimiento de la semiótica.
         
         Por un lado, la definición de Saussure, a juicio de Eco, es «incompleta e insuficiente» , ya que al utilizar la noción de signo como la unión de un significado con un significante, deja fuera del ámbito de la semiótica algunos fenómenos de hecho semióticos. Por ejemplo, sería relegada la zoosemiótica, que al estudiar la transmisión de información entre animales excluye el paso de significados, y sigue Eco: «En realidad, la cultura ha seleccionado algunos fenómenos y los ha institucionalizado como signos a partir del momento en que, por circunstancias apropiadas, comunican algo.»
         

          En cambio, como cita nuestro autor, para Peirce la semiología es la doctrina de la naturaleza esencial y las variedades fundamentales de la semiosis posible, donde semiosis es una acción, una influencia que es o envuelve, una cooperación de tres cuestiones; un signo, su objeto y su interpretante.

           En tanto que para Saussure, pues, la naturaleza del signo es diádica y arbitraria y signo es «la combinación del concepto (significado) y de la imagen acústica (significante)»  Peirce afirma que la influencia de tres elementos no puede resolverse en acciones mediante pares.  Y «La semiosis es siempre ese proceso triádico mediante el cual un Primero determina que un Tercero remita a un Segundo al cual él mismo remite.» (Peirce citado por Deladalle, 1996).

          La teoría de Peirce se basa en que la función representativa del signo es considerada como tal por un pensamiento o interpretante y no en su conexión con el objeto o en cuanto sea imagen de él. En esencia, el argumento se reduce a que toda síntesis proposicional implica una relación significativa, es decir, una semiosis o acción del signo, en la que se articulan el signo (representamen), el objeto y un interpretante.

         El interpretante puede ser, resume Eco, (a) El signo equivalente de otro sistema comunicativo, (b) El índice que apunta sobre el objeto singular, (c) Una definición científica en los términos del mismo sistema de comunicación, (d) Una asociación emotiva que adquiere el valor de una connotación determinada o (e) La traducción del término a otra lengua.



1.2. Semiótica y Cultura


           Por qué Eco habla precisamente de procesos de comunicación y no de sistema de signos o sistemas de comunicación se debe, en parte, al supuesto de que son las relaciones comunicativas el rasgo definitorio de la cultura, y en parte, al orden con que nos encontramos estos fenómenos; un sistema de signos (estructurado como un sistema), supone un proceso de comunicación anterior. A la noción de sistema como estructura llegaremos después de algunas páginas.

          Eco distingue dos hipótesis. Por un lado, una hipótesis radical que afirma que todo fenómeno cultural debe estudiarse como un fenómeno semiótico. En este sentido, la cultura es comunicación, y así, un sistema de codificaciones estructurado. Pero, en una segunda hipótesis, «todos los fenómenos de cultura pueden convertirse en objetos de comunicación.» (EA, p. 31. Mi énfasis.)


      Sin embargo, al afirmar que cualquier aspecto de la cultura tiene, al menos, una manera de convertirse en una unidad semántica y los fenómenos culturales  son contenidos de una comunicación posible, Eco integra la segunda hipótesis a la
primera, ratificando que la semiótica estudia todos los procesos culturales como procesos de comunicación.


1.2.1. Un embalse como estructura de comunicación

         Una vez que ha afirmado que todo fenómeno cultural es un acto de comunicación, Eco elige un ejemplo de Tullio de Mauro para ilustrar el problema de la codificación en una estructura simple de comunicación. Los elementos del modelo serían Fuente, Transmisor, Señal, Canal, Receptor, Mensaje, Destinatario, Código y Ruido o Rumor.

        En el embalse habría un sistema que al llegar el nivel de agua al punto 0, activaría un transmisor que emitiría una señal. Esta señal circula por un canal y es captado en el valle por un aparato receptor. El receptor, a su vez, reconvierte la señal constituyendo un mensaje dirigido a un destinatario. En el ejemplo, el destinatario es otro aparato que de acuerdo con la información recibida corrige la situación, activando, vamos a decir, un aliviadero que descarga el excedente de agua en la presa. Esta es una estructura de comunicación característica.

        Pero cuando insertamos dos seres humanos en los extremos de la cadena, explica Eco, la relación se complica. El hombre en el embalse, pongamos, envía el mensaje a través de la luz de una lámpara; de esta manera una lámpara encendida significa nivel 0 alcanzado, la lámpara apagada significaría entonces nivel por debajo de 0. El código establece una correspondencia entre un significante, la luz de la lámpara, y un significado. En el ejemplo original, el significado es sólo la disposición del aparato que corrige la situación como respuesta al significante. El significante no
es el referente, es decir, no es el fenómeno real a que se refiere el signo (el nivel de agua 0).

         El sistema está constituido por un repertorio de unidades que se oponen, como hemos dicho, por exclusiones binarias; está establecido mediante posiciones y diferencias y aparece cuando se comparan entre sí fenómenos diversos. De esta manera, el mayor beneficio del sistema radica en hacer comprensible y comunicable una situación ordinaria que es comparable a otras situaciones. Pero, termina Eco, ¿Es la estructura una realidad objetiva o una hipótesis operativa? Para él, la estructura es solamente un artificio que se utiliza para nombrar homogéneamente cosas diversas; es decir, aprecia su valor metodológico y no el ontológico. (EA, pp. 58-61)


1.2.2. El universo del sentido

      


       El modelo del embalse es una situación modelo de comunicación. No obstante, cuando en el ejemplo ponemos como fuente un ser humano y otro como destinatario, se identifican al principio de la cadena, la fuente y el transmisor, y en el extremo opuesto, el transmisor y el código, pues la fuente del emisor es sólo la equiprobabilidad del código. Entonces los códigos no son uno solo y no son comunes y el propio mensaje se convierte en una fuente de información; así, en algunos casos, incluso, el emisor y el destinatario discutirán el código. Nos introducimos así en el universo del sentido.

        Remitiendo al clásico triángulo semiótico de Ogden y Richards, Eco hace notar que la relación entre el símbolo y el referente es irrelevante, primero, porque el valor semiótico del significante dependería de su valor de verdad, y segundo, porque el objeto a que se refiere el significante tendría que individualizarse, lo que haría imposible toda comunicación. Para Eco, el verdadero problema semiótico no es el de las cosas, sino «el intercambio de señales que produce comportamientos (…) o bien produce traducciones del enunciado.»




      La semiosis infinita es la única garantía para el establecimiento de un sistema semiótico capaz de dar cuenta de sí mismo. (b) La idea de interpretante convierte la semiótica en una ciencia rigurosa de los fenómenos culturales separándola de las metafísicas del referente. (c) De esta manera cada entidad puede ser significante y significado. (d) A este último lo identificamos a través de unidades culturales (a través de otras unidades culturales) siempre en forma de significante.


      El concepto de semiosis infinita nos lleva también a la consideración de la creatividad lingüística. Junto con la idea del lenguaje como un sistema de elecciones binarias, Eco ilustrará estas nociones con el modelo Quillian o modelo Q, un sistema basado en una masa de nodos conectados por distintos tipos de vínculos asociativos. Cada nodo es un lesema, llamado en la terminología de Peirce, type, y cada type prevé el empleo de distintos significantes como sus interpretantes, los tokens, que son otros tantos lesemas. Esta singular red semiótica muestra que desde un type es posible recorrer el universo entero de las
unidades culturales.

        Diremos, entonces, con Eco que (a) el significado es una unidad cultural que (b) puede ser individualizada gracias a la cadena de sus interpretantes; (c) que el estudio de los signos en una cultura nos permite definir el valor de los interpretantes como en un sistema de posiciones y oposiciones; (d) que estos sistemas nos permiten explicar el origen del significado y (e) que a falta de la descripción del Sistema Semántico Global, los campos semánticos son los  instrumentos que nos permiten explicar las oposiciones significantes a los fines del estudio de un grupo determinado de mensajes. Además manifiestan una visión del mundo de la propia cultura.

1.2.3. La estructura ausente

     Al tratar los conceptos de denotación y connotación, Eco introduce la distinción entre código y léxico. Apunta que todo hablante utiliza un lenguaje en sentido denotativo, pero no todo hablante es consciente de su connotación; de esta manera, mientras que los significados denotativos los establece el código, los connotativos son establecidos por subcódigos, o léxicos específicos. Esta distinción evoca el par de conceptos saussurianos habla y lengua. Recordemos que para Saussure, mientras que el habla es lo individual; el lenguaje en acción, la lengua es esencial; sistema o estructura, «social en su esencia e independiente del individuo».

        Eco habla en primer lugar del contexto o situación como una estructura sintáctica. Analiza dos posiciones. Según la primera, la estructura es un sistema de cargada cohesión interna, tal como ocurre en la lengua de Saussure. A esta postura Eco la identifica como estructuralismo ontológico. En la segunda, la estructura aparece sólo cuando la comparación de diferentes fenómenos o su reducción nos conducen al sistema de relaciones. A esta postura Eco la llama estructuralismo metodológico.

      En otras palabras, el código interviene en la situación para limitar y clasificar unas ciertas posibilidades de comunicación, pero la circunstancia cambia el sentido del mensaje y llega a cambiar la función, e incluso, el grado de la información. Estas circunstancias y presupuestos ideológicos, por un lado, y la multiplicidad de códigos por el otro, determinan, entonces, el sentido.


1.2.4. El mensaje estético


        Son ampliamente conocidos los seis factores y funciones del lenguaje con las que Roman Jakobson contribuyó a la lingüística y a la semiótica en general. En su ensayo de 1960, Lingüística y poética (1981a), Jakobson relaciona funciones y factores y explica cómo el predominio de los segundos determina los primeros. En otras palabras, cómo la estructura verbal de un mensaje depende de la que sea su función predominante.

         Eco aborda el problema del mensaje estético en La estructura ausente afirmando: «Un mensaje con función estética está estructurado de manera ambigua, teniendo en cuenta el sistema de relaciones que el código representa». No obstante, después explica que si bien el mensaje estético ha de procurar algo contrario a la opinión común, hacen falta algunas condiciones de credibilidad que lo hagan verosímil. Estas condiciones pueden darse gracias a ciertas bases de normalidad y bandas de redundancia; «En consecuencia, dejando establecida esta función, el mensaje exige, como fin primario de la comunicación, que sea intencionado.»

       Algunas características de la ambigüedad y autorreflexión serían: (a) Los significantes adquieren significado por interacción contextual. (b) La materia de los significantes no es arbitraria respecto de los significados; en el mensaje estético, incluso la substancia de la expresión tiene una forma. (c) El mensaje puede abarcar varios niveles de realidad.

     Para eliminar la posibilidad de que cierta información estética no se actualice en ningún nivel, y permanezca en la correalidad, Eco postula el concepto de idiolecto estético.

      A medida que el mensaje se complica se establece una autorreflexión, según un sistema de relaciones homólogas. La afirmación estética de la unidad de contenido y forma significa que «el mismo diagrama estructural rige para los distintos niveles de organización», es decir, gobierna todas las partes del mensaje. Esto es el idiolecto, un código privado e individual del parlante. El mensaje ambiguo permite hacer un número de elecciones interpretativas, en las que cada significante se carga de nuevos significados, no a la luz del código, sino del idiolecto que organiza el contexto. Así, la obra transforma continuamente sus denotaciones en connotaciones y sus significados en significantes de otros significados.

     Por otra parte, el mensaje es autorreflexivo y puede ser contemplado como una forma que hace posibles las distintas experiencias. Dada la ambigüedad del mensaje, estos hechos distintos están previstos en el contexto. Por esto, Eco asegura que la semiótica se encarga de la obra como mensaje-fuente, es decir, como idiolecto-código. De ahí que la noción información estética sea sólo una serie de posibilidades, como ya había apuntado Jakobson; en este sentido, la semiótica y la estética semiótica pueden explicar lo que puede llegar a ser una obra, pero no lo que realmente ha sido.

     Otra particularidad de la comunicación estética es el efecto de distanciamiento que Eco explica como el fenómeno que resulta cuando un autor utiliza palabras u otros signos de una manera distinta a la conocida. Al final, la comprensión del mensaje estético manifiesta una dialéctica entre aceptación y repudio de los códigos y léxicos del emisor y la introducción o rechazo de los códigos y léxicos personales de otro.

     En resumen, cada obra ofende el código, pero al mismo tiempo lo fortalece. Cada obra invita al receptor al código; lo incomprensible del mensaje estético está basado en la dialéctica descrita, que es una dialéctica entre la libertad de interpretación y la fidelidad al mensaje, entre forma y apertura, entre fidelidad e iniciativa.





1.3. La semántica de la metáfora

      Semántica de la metáfora es un ensayo incluido en La forma del contenido (1971). Ahí, Eco critica la ilusión de la expresividad, siguiendo las nociones que configuran el mensaje estético.





1.3.1. Metáfora y metonimia

     Si un código nos permitiera solamente elaborar juicios semióticos, todo sistema lingüístico serviría para enunciar siempre y solamente aquello que el
mismo sistema ha constituido y todo enunciado estaría condenado a la tautología. En cambio, sucede que los códigos nos permiten enunciar lo mismo eventos que el código no preveía que juicios metasemióticos, los cuales ponen en entredicho la validez del código mismo.

      Es decir, los códigos que debían tener estructurado el sistema de conocimiento del parlante pueden generar mensajes que ponen en duda la estructura del código. ¿Cómo funciona esta creatividad que cambia las reglas?

      En el lenguaje cotidiano, mucho antes del lenguaje propiamente estético, los hablantes usamos distintos tipos de metáforas y figuras retóricas; particularmente mediante las sustituciones metonímicas, que para Eco, serán la base de todo traslati. Es de esta manera que creamos mensajes que, vamos a decir, violentan el código, aunque, paradójicamente, es precisamente gracias a la estructura del código (aquella que violentamos) que podemos intentar trasgredirlo.

     Para demostrar su hipótesis, Eco ilustra con una sustitución metafórica del Finnegans Wake de James Joyce, más aún, Eco postula el Finnegans Wake como un Sistema Semántico Global, desde donde explicará que la relación metafórica es posible porque la sostiene una cadena metonímica.

     Es importante apuntar, como lo hace Eco, que el problema de la creatividad del lenguaje no surge sólo en el ámbito del discurso poético, sino cada vez –toda vez– que el lenguaje debe inventar posibilidades combinatorias o uniones semánticas no previstas por el código.

      Estrictamente hablando, el aspecto semántico no explica cómo la metáfora pueda tener también una función estética; la esteticidad de una metáfora se logra, también, por los elementos contextuales o por las articulaciones de características suprasegmentales. La intención de Eco, es abordar la metáfora como un modo de segmentar la sustancia del contenido,
transformándola en una nueva forma del contenido, sin embargo, no explica con cuáles segmentos de la sustancia de la expresión una metáfora obtiene efecto estético.

1.3.2. Il gesto che Mandrake fa

     En Semántica de la metáfora, decíamos, Eco toma varias figuras más del Finnegans Wake para demostrar que la metáfora se funda en relaciones metonímicas.
     Finnegans Wake es una serie ininterrumpida de sueños que tienen lugar durante una noche de Humphrey Chimpden Earwicker; Minucius Mandrake es uno de sus personajes y Eco, vía conexión metonímica, explica:

       Al parecer, en este personaje, hay una referencia evidente a Minucio Felice,*

         * Minucio Félix, Padre de la Iglesia de origen africano que vive como abogado en Roma. Escribió el Octavius a finales del siglo II. La obra es el diálogo entre Octavio, un cristiano, y Cecilio, un pagano. Cecilio habla del escepticismo y ataca el cristianismo. Octavio refuta sus afirmaciones. Padre de la Iglesia, a quien dice Eco, Joyce debió conocer, pero nuestro autor se extiende en la relación de este nombre y asume que Joyce seguía las historietas de los diarios de la época; otros personajes del Finnegans toman su nombre de personajes de viñetas, como Mutt y Jeff (Benitín y Eneas), de manera que Mandrake debe ser Mandrake el mago.
    
     * Minucio Félix, Padre de la Iglesia de origen africano que vive como abogado en Roma. Escribió el Octavius a finales del siglo II. La obra es el diálogo entre Octavio, un cristiano, y Cecilio, un pagano. Cecilio habla del escepticismo y ataca el cristianismo. Octavio refuta sus afirmaciones.

     Recordemos que Mandrake es un ilusionista, un hipnotista que con un solo gesto (Eco recuerda la conocida frase Mandrake makes a gesture), obliga a sus adversarios a ser víctimas de su magia. Mandrake es un maestro de los artificios diabólicos, que usados en el bien, lo convierten en un avvocato del diavolo.

     Al establecerse la relación entre Minucius y Mandrake, se renuncia al conector Felix, pero el lector, opina Eco, puede relacionarlos por una serie larguísima de terceros elementos que da el contexto general del libro. Esto se
puede comprobar en un análisis de los pun que constituyen contigüidades forzadas de palabras. Estos pueden darse de dos maneras: (1) Por semejanza de los significantes, como en slipping donde hay una analogía fonética entre /sleep/ (dormir) y /slip/ (resbalar, desliz), y (2) por semejanza de los significados, como en scherzarade, de scherzo (broma) y sciarada. Los ejemplos son de Eco.
       Este momento en el que se renuncia al tercer elemento, Eco lo llama corto circuito metafórico, y esto es lo que hace creativo un juego de palabras o la creación de una metáfora.  La relación entre Minucius y Mandrake, decíamos, es hecha sólo en el contexto (y gracias a él) de la obra de Joyce; esto significa, como dice Eco, que todo texto, en cuanto abierto se constituye no como lugar de todas las posibilidades, sino como un campo de posibilidades orientadas.

      Se puede crear una metáfora, concluye Eco, porque el lenguaje, en su proceso de semiosis ilimitada, constituye una red polidimensional de metonimias. Tenemos entonces (a) Metonimias por contigüidad en el campo cognoscitivo (o cultura); (b) Metonimias por antonimia o (c) Metonimias por diferenciaciones.


1.3.3. Metáfora, metonimia y estructura de la Lengua

     Desde Jakobson, metáfora y metonimia son explicadas como dos formas de sustitución que se actualizan una sobre el eje del paradigma y la otra sobre el eje del sintagma. Siguiendo esta idea, Eco se pronuncia por utilizar el Modelo Q como una forma de explicación de estas figuras retóricas, aunque, en el ejercicio, la explicación de la metáfora recurra, precisamente, a una metáfora.

     Antes hemos dicho que la sustitución metafórica se da gracias a que existen relaciones fijas de semejanza, que unen la unidad sustituida con su sustituto. En el código existen unas conexiones de contigüidad que permiten que la metáfora repose sobre una metonimia.

      Aplicando el modelo Q, que se rige bajo la propuesta peirceana de semiosis infinita, debemos decir que cada signo está en relación con otro y toda sustitución depende, a fin de cuentas, de una conexión que el código prevé. Ahora bien, se pueden realizar conexiones que no se hayan pensado, pero indudablemente, el modelo es un campo de posibilidades. Tenemos, por tanto, un mensaje ambiguo.

       Digamos pues que la función estética del lenguaje tiende a crear conexiones no sólo existentes, sino posibles, dentro del código. Por otro lado, la conexión metonímica es posible merced a alguno de los siguientes tipos de contigüidad: (a) Contigüidad del código, cuando por ejemplo, /corona/ sustituye rey; (b) contigüidad del contexto, cuando la sustitución se entiende solamente en el acuerdo de elementos de la narración, y (c) contigüidad del referente. Este último se obtiene haciendo violencia al código, pero en términos estrictos no es un juicio semiótico, sino un juicio factual, y no debe confundirse con el juicio de fábula, donde no existe propiamente una figura retórica.

     La metáfora aceptable es retórica y se basa en el hecho de que su fundamento metonímico es evidente, pero le falta la tensión, la ambigüedad, la dificultad que caracteriza el mensaje estético. Así, hay otro tipo de metáfora en la que el fundamento metonímico no es evidente y, por lo tanto, surge una necesidad semántica que une el vehículo, necesidad físico-geográfica, en la que lo evidente es la necesidad rítmico-fonética en el orden de los significantes. La metáfora estética es bella, entonces, porque prefigura una necesidad semántica antes que ésta sea definida y fundada.

      Al contrario, una metáfora débil o falsa, desentona, ésta se da cuando a la
inconmensurable distancia entre el vehículo y proporción del plano del contenido semántico corresponde una débil necesidad en el plano de la forma de la expresión.

       Tenemos entonces que hay también una correspondencia entre los planos de la expresión y del contenido. Mientras que en la forma de la expresión pedimos una garantía de la necesidad semántica supuesta o propuesta, a la forma del contenido pedimos que la necesidad, una vez descubierta, enriquezca de algún modo el conocimiento o los referentes del mensaje o las posibilidades operativas del código. Algunos, intuitivamente, han llamado universalidad de la poesía a la provocación de alteraciones en el orden del contenido que hacen operativa la sustitución semántica.

       Volviendo al Modelo Q, tendríamos que aceptar, entonces, que dicha estructura está regulada por un código y que existe siempre la posibilidad de que en el código haya alguna contradicción. En otras palabras, si una unidad cultural, por recorridos, se conecta con alguna otra unidad, el modelo Q contiene las condiciones para que la oposición que le une con la equivalencia sea contradicha. Este cambio depende de una serie de variables, la mayoría semióticas, y para esto hay que definir las relaciones entre una lógica estructural y una lógica dialéctica. Al final, hay que decir que la misma estructura tiene contradicciones internas y que estas contradicciones se superan sólo cuando nace una nueva estructura.


1.4. Mensaje estético, metáfora, metonimia, estructura,
Contradicción

      Sabemos ya, que siguiendo el ensayo de Jakobson, Lingüística y poética (En 1981a [1960]) Eco reconoce que la ambigüedad hace que el mensaje resulte inventivo respecto de la posibilidad comúnmente reconocida en el código. De la misma manera, sucede que hay alteraciones en el orden de la forma de la expresión y alteraciones que hacen que el destinatario, advirtiendo un cambio en la forma del contenido, sea obligado a volver al mensaje mismo, para observar la alteración en la forma de la expresión, reconociendo una suerte de solidaridad entre ambas alteraciones. De este modo, el mensaje se vuelve autorreflexivo y comunica también su organización física de manera que es posible asegurar que en el arte, nunca se separan la forma y el contenido.

      En un ejercicio lúdico, Eco supone que Adán y Eva en el edén elaboran una serie de unidades semánticas que anteponen su propia visión, constreñida, del mundo. Estas unidades semánticas se estructurarían en seis ejes: (1) Sí vs. No. (2) Comestible vs. No comestible. (3) Bien vs. Mal. (4) Bello vs. Feo. (5) Rojo vs. Azul. (6) Serpiente vs. Manzana.

     Cada una de estas unidades culturales se convierte en el interpretante de
otra; se hacen así cadenas connotativas como:

Rojo = Comestible = Bien = Bello = Sí
Azul = No comestible = Mal = Feo = No

       Eco establece que esta lengua edénica se compone de dos sonidos, A y B,
que se combinan siguiendo la regla (X, nY, X). Reproducimos entonces el código de Adán y Eva.

ABA = Comestible
BAB = No comestible
ABBA = Bien
BAAB = Mal
ABBBA = Serpiente
BAAAB = Manzana
ABBBBA = Bello
BAAAAB = Feo
ABBBBBA = Rojo
BAAAAAB = Azul
AA = Sí
BB = No
     
      En este primer nivel, las palabras son las cosas y las cosas son las palabras, estableciendo usos embrionales de la metáfora por contigüidad.

      Por ejemplo, es posible la siguiente cadena mediante sustituciones simples:

ABA=ABBA=ABBBBA=ABBBBBA=BAAAB=AA que correspondería a
Comestible=Bien=Bello=Rojo=Manzana=Sí
Y en el mismo sentido, la sustitución metonímica ABA=Rojo.

       Los aparentes juicios factuales que Adán y Eva realizan en esos momentos del paraíso existen en un código establecido, de manera que no son juicios factuales sino semióticos. El primer juicio factual lo establece Dios al ordenar que no deben comer del árbol de la manzana porque es malo. Dios rompe así la cadena semiótica que hubiera homologado Comestible = Rojo, para establecer el hecho de que Manzana = Mal. Es un juicio factual porque comunica una idea no conocida por los destinatarios. Este desequilibrio (desequilibrio por un hecho) genera las primeras contradicciones que equivalen al juicio La manzana es roja, contra La manzana es azul.

     La denotación entra en contraste con la connotación y sucede que esta contradicción ya no puede ser expresada en el lenguaje denotativo normal, La manzana es roja, es azul, y Adán y Eva tienen que indicar la manzana con una especie de metáfora El rojo-azul.

      El mensaje ABBBBBA-BAAAAAB, rojo-azul es a toda vista contradictorio.

      Es también un mensaje ambiguo desde el punto de vista de la forma del contenido y obviamente, desde la forma de la expresión. De esta manera, se convierte inmediatamente en autorreflexivo. (LEF, p. 136) No obstante, Eco observa que en la secuencia está presente la estructura BAB (no comestible), ABBBBBABAAAAAB, así que Adán descubre que la no comestibilidad, que aparentemente existía sólo en el ámbito de la forma del contenido, existe también, de alguna manera, en la forma de la expresión. Crecido su deseo, no sólo de manzana sino además su motivación creativo-estética, Adán experimenta las combinaciones entre uno y otro campo, por ejemplo, dice Eco, Adán escribe ABBBBBA (rojo) pero lo hace con un jugo de cierta fruta azul y BAAAAB (azul) con jugo rojo. Estas expresiones son metáforas de la manzana, en virtud de su campo de la expresión, basadas en la sustancia de la expresión, que deviene forma de la expresión. La tinta de las palabras se convierte en significante. Eco apunta:

Nel proceso di semiosi illimitata ogni significato può diventare il
significante di un altro significato (...), e accade persino che un oggetto (un
referente) venga semiotizzato e diventi segno.*


     Por último, Eco dice que el orden del lenguaje no es absoluto; en algún punto, Adán pasa del universo de los significantes culturalizados a aquel de la experiencia y se reencuentra con los referentes, descubriendo nuevas categorías culturales; de esta manera, el lenguaje le amplía el mundo, y así, Adán descubre que el orden no existe: «esso è solo uno fra i tanti stati di possibile quiete che il disordine di tanto in tanto raggiunge.»*



2.    El tratado de semiótica general

 Una teoría de la mentira

     El Tratado de semiótica general, publicado en inglés en 1976, es en muchos sentidos una revisión de las ideas de La estructura ausente. A su vez, y como hemos dicho antes, La estructura tiene un antecedente en el ensayo Apuntes para una semiología de las comunicaciones visuales de 1967, preparado por Eco para hacer frente a sus primeros cursos de estética en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Milán e integrado después al texto de La estructura.

      En una de las primeras afirmaciones del tratado (también una de las más polémicas e interesantes), Eco anuncia su intención de utilizar el concepto de
función semiótica y no el de signo, para así distinguir, en el marco de la teoría de los códigos, significación de comunicación **


* Es sólo uno entre los muchos estados de posible calma que el desorden, de tanto en tanto,
alcanza.



      Por principio, la teoría de los códigos desarrolla lo que Eco llama semiótica de la significación mientras que la teoría de la producción de los signos corresponde a la semiótica de la comunicación, distinción que no corresponde a la que existe entre lengua y palabra ni a la de competencia y resultado (compétence, performance), por lo contrario, en los primeros capítulos Eco tratará de delinear una teoría de los códigos que tenga en cuenta las mismas reglas de competencia discursiva, formación textual, desambiguación contextual y circunstancial, a través de una semántica que resuelva ella misma algunos de los problemas comúnmente dejados a la pragmática.

      En el resto de este trabajo nos interesará abordar (1) el análisis de la noción de signo como el punto de partida de una semiótica general y su justificación como una realidad cultural que implica no sólo la relación significado-significante sino la convención. De la misma manera, este análisis deberá considerar que lo que el signo sustituye no debe existir necesariamente ni subsistir siquiera en el momento en que el signo la represente. (2) El análisis de la relación entre una semiótica de la significación (teoría de los códigos) y una semiótica de la comunicación (teoría de la producción de los signos) como de la relación entre signo y cultura. (3) La cultura como una realidad plausible de análisis semiótico y no como una entidad de suyo semiótica. (4) Los elementos del análisis sígnico como sus vías de realización. Por ejemplo, el concepto de significado como el resultado de un proceso social y el papel del significante en dicho proceso, o la actualización de la tríada signo-objeto-interpretante en los procesos culturales. (5) Los conceptos de sentido y contexto como consecuencias del desarrollo cultural del signo o de la lógica de la cultura como objeto de una semiótica general. (6) El concepto de creatividad o productividad lingüística y su relación con los elementos anteriores como parte del proceso cultural semiótico de la vida del signo. (7) El estudio de la relación entre semiótica y creación literaria, sobre todo en la consideración de esta teoría de la mentira como parte importante del proceso de creación.






2.2. Las fronteras de la semiótica

      
      Como parte de su capítulo introductorio, Eco se pregunta por la condición de la semiótica, ¿es un dominio o una disciplina? Es decir, una disciplina, con un objeto y un método propio, o más bien, un dominio de estudios, un repertorio de intereses no precisamente unificado. Si es un dominio, los estudios semióticos estarán justificados de por sí, pero si es una disciplina, el modelo «deberá establecerse deductivamente y deberá servir de parámetro capaz de sancionar la inclusión o exclusión de varios tipos de estudio del dominio de la semiótica. No se puede hacer investigación teórica sin la pretensión de proponer una teoría, de la misma manera, cualquier investigación debe poder especificar sus propias contradicciones, por lo tanto, dice Eco, debemos «considerar el dominio semiótico tal como aparece hoy, en la variedad y en el propio desorden de sus formas, de manera que sea posible proponer un modelo reducido a sus términos mínimos.

        Por otro lado, este desorden del dominio propició que la semiótica se convirtiera en una tentación, la de una dinámica cultural en la que todo podía ser leído, donde todo podía ser llevado a un punto original de intencionalidad de significado que en algún momento debía poder leerse.

        El problema, pues, podría ser expresado de la siguiente manera: ¿Todo, absolutamente, es un signo de algo? O, al contrario, ¿tiene la semiótica un lindero que deba respetar como una frontera ajena? Y de esta manera, ¿tiene límites la semiótica o todo significa? ¿Cuál es el umbral ante el cual debe detenerse? Sin embargo, no se trata sólo de que algo pretenda significar, o que algo más signifique sin pretender, sino de reconocer si una y otra cosa puede, o debe, ser puesta en un marco semiótico. En este orden de ideas, el tratado establece que existen algunos confines de la investigación, tanto de orden político o de acuerdo transitorio como de orden natural o determinados por el propio objeto de la disciplina.

       El otro caso es aquel en el cual ciertos actos son percibidos como señales por alguien más, aun cuando el supuesto emisor no sea consciente de su propio comportamiento. Esto es posible por la capacidad connotativa del origen cultural de ciertos actos, como los gestos; la cuestión es que debe existir una regla implícita que asigne un origen étnico a ciertos gestos, y así, estos comportamientos serían capaces de significar, a pesar de que quien los emite no sea consciente de significar a través de ellos.

       Por lo tanto, concluye Eco, la segunda hipótesis a fin de cuentas remite a la primera, y entonces la cultura puede estudiarse, bajo un sentido o bajo el otro, íntegramente, desde el punto de vista semiótico, aunque hay un tercer umbral que depende de la definición de la disciplina en función de su pureza teórica. En resumen, se trata de decir si la semiótica constituye la teoría abstracta de la competencia de un productor ideal de signos, o si es el estudio de fenómenos sociales sujetos a cambios y reestructuraciones. Eco prefiera la
segunda opción y, por tanto, la investigación semiótica va a estar regida por una especie de principio de indeterminación. Y es que si la semiótica es una teoría, debe ser una que permita una interpretación crítica continua de los fenómenos de semiosis.

2.3. El camino del signo

     En su Curso, Ferdinand de Saussure afirma que la ciencia de los hechos de la lengua ha pasado tres fases sucesivas: (1) La de la gramática, desde los griegos, la lógica y el desinterés de la lengua misma. (2) La de la filología, desde Friedrich August Wolf a los días de Saussure. De esta segunda etapa, el objeto no es sólo la lengua, sino fijar, interpretar, comentar los textos de la historia literaria, de las costumbres, de las instituciones, a través de la crítica. (3) Cuando se descubre que se pueden comparar las lenguas entre sí, a través de la filología comparativa o la gramática comparada. En este punto, la llamada ciencia de los hechos de la lengua, se enfoca, ahora sí y por entero, a la lengua en particular.

      En el tercer capítulo del Curso, Saussure define el objeto de la lingüística diciendo que el fenómeno lingüístico presenta dos caras: (1) Las sílabas como impresiones acústicas, que no existirían sin los órganos vocales. (2) Dado que el sonido no hace el lenguaje, entonces, el sonido, junto con la idea, forma una unidad compleja, fisiológica y mental. De manera que (3) El lenguaje tiene un lado individual y un lado social y (4) El lenguaje implica un sistema establecido y una evolución.Por eso, «hay que colocarse desde el primer momento en el terreno de la lengua y tomarla como norma de todas las otras manifestaciones del lenguaje.
      Podemos decir entonces, con Saussure, que el lenguaje en su conjunto es multiforme; al mismo tiempo físico, fisiológico y psíquico; de dominio individual y de dominio social, pero la lengua es una totalidad en sí y un principio de clasificación, es decir, una cosa adquirida y convencional. Pero la mayor importancia de la lengua radica en que ésta hace la unidad del lenguaje. En realidad, debajo del funcionamiento de diversos órganos, late una facultad más general que gobierna los signos, y ésta sería para la lingüística clásica la facultad lingüística por excelencia.

      No obstante la importancia del Curso de Saussure como estudio pionero, sus ideas adquieren un carácter controversial. Más o menos contemporáneo, para Peirce la nueva ciencia es una parte de la lógica, la doctrina formal de los signos.


2.3.1. Comunicación, código y significación


      El Tratado explica con mayor profundidad que La estructura la relación y diferencia entre comunicación y significación así como la relevancia de la noción de código en la relación. Y es que Eco destaca que en un modelo básico de comunicación es el código el artificio que asegura que la transmisión de información desde la fuente al destinatario sea capaz de provocar una respuesta determinada. En esto radica su importancia. Ciertamente, como hemos dicho ya, en el caso debe involucrarse el ruido y la redundancia, pero siempre en el marco del código.

       Con mayor propiedad, en el análisis del sistema de comunicación, por código se pueden entender al menos cuatro fenómenos diferentes: (1) Un sistema sintáctico, conformado por una serie de señales reguladas por leyes combinatorias internas pero no necesariamente conectadas; (2) Un sistema semántico conformado por una serie de nociones; (3) Una serie de posibles respuestas de comportamiento por parte del destinatario independientes del sistema, y (4) Una regla que asocia elementos del sistema sintáctico con elementos del sistema semántico o con la serie de posibles respuestas. Este tipo complejo de regla es el único que puede llamarse propiamente código.

      No obstante, Eco reconoce que cualquiera de los cuatro casos anteriores son códigos, razón por la cual distingue un S-CÓDIGO, o un código en cuanto sistema (como los tres primeros), del CÓDIGO propiamente dicho, que es sólo del cuarto tipo. Los s-códigos son, pues, sistemas o estructuras que bien podrían subsistir independientemente del propósito significativo o comunicativo que los asocie, y como tales, pueden ser estudiados por la teoría de la información.
      Dichos sistemas, dice Eco, suelen tenerse en cuenta porque cada uno de ellos representa un plano de la correlación del código. De esta manera el s-código sólo llama la atención cuando está enmarcado en un cuadro de significación que es el código.

      En este sentido, los s-códigos son pues estructuras o sistemas en los que los valores particulares se establecen mediante posiciones y diferencias y que se revelan sólo cuando se comparan entre sí fenómenos diferentes mediante la referencia al mismo sistema de relaciones. Cada uno de estos sistemas estructurales pueden basarse en la misma matriz estructural que es capaz de generar combinaciones diferentes de acuerdo con reglas de combinación distintas, si después surgen diferencias, identidades, simetrías o asimetrías entre sistemas es precisamente porque tienen la misma estructura subyacente.

     En este marco de la teoría de la información, Eco hace una distinción más, que corresponde a la información cuando corresponde a la fuente o cuando corresponde a la estructura. En el primer caso, como en (1), la información es sólo el grado de probabilidad de un fenómeno en un sistema equiprobable.

       La relación entre una serie de casos y una serie de probabilidades es como la relación entre una progresión aritmética y una geométrica, esta última es el logaritmo binario de la primera, de manera que «para identificar el fenómeno son necesarias x elecciones binarias y, en consecuencia, la realización del fenómeno da x bit de información. […] Lo que cuenta es el número de alternativas necesarias para distinguir el fenómeno sin ambigüedad. Ahora bien, una vez producido el fenómeno, éste representa una unidad de información lista para ser transmitida, es decir, el caso.

      Ahora bien, es cierto que una gran cantidad de combinaciones, de selecciones entre un número elevado de símbolos, eleva las posibilidades de información, pero también la haría intransmisible, ya que exigiría un gran número de elecciones binarias. De esta manera, para que la transmisión sea posible, hay que reducir los valores de las elecciones entre los símbolos, de manera que la reducción de alternativas haga posible la comunicación. En este sentido, un s-código introduce posibilidades de comunicación a través de sus criterios de orden, así, «el código representa un sistema de estados discretos superpuestos a la equiprobabilidad del sistema de partida, para permitir dominarlo comunicativamente.


      El campo de probabilidades se reduce porque se introduce la pertinencia, dándonos un número menor de opciones, y así, un número menor de bits.




2.3.2. El sign-function o función semiótica

     Desde El signo, 1973, Eco se plantea el problema de la expresión y el contenido: «en realidad hemos de explicar por qué algunas unidades significantes, sistematizadas de manera determinada, son aptas para transmitir determinados significados», nos dice.
      El problema se agudiza, dice Eco, si el signo es una entidad de dos caras, significante y significado, como lo entiende Saussure; en este caso, el significado forma parte del signo, es un componente del lenguaje y el código asocia un significante con un sistema semántico. Eco, siguiendo a Hjelmslev, que así define la naturaleza y definición de la naturaleza de la organización de los códigos que regulan la utilización de los signos dice:

En todo proceso sígnico tenemos un elemento de expresión (llamémosle
significante) que conduce un elemento de contenido (el significado).

El caso es que:

Existe función semiótica, cuando una expresión y un contenido están en
correlación, y ambos elementos se convierten en FUNTIVOS de la
correlación.


En este punto se está en condiciones de distinguir una señal de un signo:

      Una señal puede ser un simple estímulo, pero cuando se le usa como antecedente reconocido de un consecuente previsto, entonces se le admite como signo.
       En cuanto un signo está constituido por uno o más elementos de un plano de la expresión, en correlación con uno o más, elementos de un plano del contenido, Eco está dispuesto a aceptar la definición de Saussure, pero esto implica (1) Que un signo no es una entidad física, ya que a lo más lo es su expresión, y (2) que un signo no es una entidad semiótica fija, sino el lugar del encuentro de elementos independientes, asociados por una correlación dada.

«Hablando con propiedad, dice Eco, no existen signos, sino funciones semióticas.» Bajo esta perspectiva, los signos son resultados provisionales de reglas de codificación que establecen correlaciones transitorias en circunstancias previstas por el código, es decir, no es que el código organice signos, sino que éste proporciona las reglas que los generan.

      Por tanto, un código establece la correlación de un plano de la expresión con un plano del contenido, una función semiótica establece la correlación entre los elementos abstractos de ambos sistemas, y de ese modo, un código establece tipos generales con lo que produce la regla que genera tokens o especímenes concretos, aquellas entidades que se realizan en los procesos comunicativos y que solemos llamar signos. Ambos continua representan los elementos que preceden a la correlación semiótica y que no tienen que ver con ella.

      En este sentido, lo que constituye una connotación es que ésta se establece parasitariamente a partir de un código precedente y que no puede transmitirse antes de que se haya denotado el contenido primario. Sin el conocimiento previo habría un solo código de tipo denotativo, lo que significa que la diferencia entre denotación y connotación se debe al mecanismo convencionalizador del código.

       En el mismo orden de ideas, Eco dice que, una vez establecida la convención, la connotación se convierte en funtivo estable de una función semiótica cuyo funtivo subyacente es otra función. Así, un código connotativo puede definirse como subcódigo, ya que se basa en un código-base.

       Un tercer sistema puede relacionarse si una convención social, cultural, o cualquier forma de expectativa arraigada lleva a relacionar el primer código denotativo con otros contenidos. En este caso tendríamos un código connotativo doble. Del mismo modo, ambas connotaciones pueden ser mutuamente excluyentes, pero la decisión de un alguien por una o por otra, no incumbe a una teoría de los códigos, sino a una teoría de la producción de los signos, y es, por tanto, terreno de la pragmática.

       El caso es que habiendo una convención triple, podemos hablar de tres mensajes. Esto no quiere decir solamente que un código pueda producir muchos mensajes, ni que distintos contenidos puedan ser transmitidos por el mismo significante, sino que:

usualmente un solo significante transmite contenidos diferentes y relacionados entre sí y que, por tanto, lo que se llama ‘mensaje’ es, la mayoría de las veces, un TEXTO cuyo contenido es un DISCURSO a varios niveles.



2.4. El camino del sentido


      Eco explica la falacia referencial como parte del funcionamiento semiótico del significado.

         El caso es que, una vez establecido un sistema semiótico, y convencionalizado su código, el funcionamiento semiótico no cambia, incluso, ante la posibilidad de una mentira. En este sentido, función semiótica significa posibilidad de significar algo a lo que no corresponde un determinado estado real de hechos.

        El punto de partida es el esquema triádico de la relación semiótica que en Ogden y Richards coloca la relación SÍMBOLO – REFERENTE en la base, y la REFERENCIA en el vértice. En Peirce, la relación de la base la constituyen los conceptos de REPRESENTACIÓN y OBJETO, mientras que el INTERPRETANTE está en el vértice. Frege, apunta Eco, establece los términos ZEICHEN y BEDEUTUNG para la base, y SINN para el vértice.

      Además de que el triángulo sugiere la idea de que la relación de significación implica sólo tres entidades, ha perpetuado la idea de que el significado de un término tiene algo que ver con la cosa a la que el término refiere, cuando la referencia es algo más impreciso. Ullman, dice Eco, la define como la información que el nombre transmite a quien escucha, Frege la entiende como sinn, es decir, el modo en que el objeto viene dado. Este equívoco impide comprender la naturaleza cultural del proceso de significación.

       Básicamente, las semióticas de Saussure y de Peirce son teorías de la relación semiósica entre símbolo y referencia y entre el signo y sus interpretantes. Saussure no tiene en cuenta los objetos, mientras que para Peirce, éstos son relativos sólo cuando se discuten tipos particulares de signos, como los iconos.

      Por lo tanto, desde el punto de vista del funcionamiento de un código, hay que excluir el referente; si bien éste puede ser el objeto nombrado o designado, hay que suponer, dice Eco, que «en principio una expresión no designa un objeto, sino que transmite un CONTENIDO CULTURAL.

      Como ejemplo, podemos mencionar los términos sincategoremáticos de la lingüística clásica; términos que no tienen referente (/a/, /entonces/, /con/, /aunque/, /algunos/) llamados accidentales que califican o determinan a los términos esenciales o categoremáticos, que son aquellos que significan por sí mismos.

      Resumiendo, podemos decir entonces que el objeto semiótico de una semántica es ante todo el contenido y no el referente, y que este contenido habría que definirlo como una unidad cultural.

      Las proposiciones pueden considerarse asertos semióticos; juicios que atribuyen a determinada expresión el contenido o contenidos que el código o códigos le asignan.

      Sucede pues, que la teoría de los códigos considera la definición del contenido como funtivo de una función semiótica, de manera que una teoría de los valores de verdad, no le ayuda en absoluto a comprender el concepto de significado como contenido. De esta manera, una semántica extensional no puede ayudar a una teoría de los códigos, por ello, y dado que una mentira corresponde a una proposición falsa, la semiótica es la teoría de lo que sirva para mentir, pero no solamente, también lo es de lo que pueda usarse para hacer reír, o inquietar, por la misma razón.


2.4.1. El interpretante peirceano

      Para Peirce, el interpretante es lo que el signo produce en la casi-mente del intérprete, y a fin de cuentas, «otra representación referida al mismo objeto.»

       Para Eco, la idea de interpretante convierte una teoría de la significación en una ciencia rigurosa de los fenómenos culturales, por eso es fundamental separarla de la metafísica del referente identificándola con cualquier propiedad intencional, codificada, de un contenido y así, con la serie o sistema de las denotaciones y connotaciones de una expresión. Ciertamente, esta precisión no agota el concepto, y dado que Eco supone que las denotaciones y connotaciones son marcas semánticas que constituyen las representaciones del semema, habría que aceptar que el conjunto de los interpretantes de un semema es más amplio que el conjunto de sus marcas semánticas codificadas.

      Ahora bien, esta cadena interminable de significaciones tiene una dimensión material, pues de alguna manera, las unidades culturales están físicamente a nuestro alcance. Ciertamente las unidades culturales son abstracciones, pero se encuentran materializadas por el hecho de que la cultura continuamente traduce unos signos e otros, unas definiciones en otras, palabras en iconos, iconos en signos, etc. La vida social pone a nuestro alcance una serie de imágenes que interpretan libros, palabras que traducen definiciones, etc. A fin de cuentas, las unidades culturales se convierten en postulados semióticos dentro de la actividad social. Eco las llama, entidades etic.

AQUÍ LES DEJO EL SEGUNDO CAPITULO (RESUMEN) ESPERO LES SEA ÚTIL  

2.4.2. Diccionario y enciclopedia

      No obstante su dimensión infinita, Eco limita el concepto de interpretante a tres categorías semióticas en particular: (1) Como el significado de un significante, es decir, una unidad cultural transmitida por otros significados, independiente semióticamente del primer significado. (2) El análisis intencional o componencial mediante el que una unidad cultural es segmentada en marcas semánticas y presentada como semema en diferentes combinaciones textuales. (3) Cada una de las marcas que componen el árbol componencial de un semema.

       El cuadro de oposiciones queda muy bien ilustrado por Eco en La forma del contenido:


MUS
MOUSE
RAT

      



     En el diagrama existen indicadores sintácticos no colocados entre paréntesis, indicadores semánticos o semas, entre paréntesis, y algunos distinguishers, entre corchetes. Además, selecciones restrictivas, las letras griegas, que orientan las lecturas o elección de trayectorias o sentido de lectura.

      El modelo, pues, no tiene que recurrir a una teoría extensional, pero a juicio de Eco, no resuelve ciertos problemas que debiera considerar y cuya crítica ayudará a nuestro autor a proponer algunas alternativas.

(1) El modelo considera la competencia ideal de un hablante ideal, no una competencia histórica. La diferencia entre ambas es la que existe entre diccionario y enciclopedia. El modelo tiene los límites de un diccionario y corre el peligro de originar una construcción formal pero sin utilidad, cuando debiera considerar el hecho de que el cuerpo social asocia un elemento léxico
determinado a un significado determinado, cambiando de significado en ciertos contextos sintagmáticos específicos y registrables.

(2) Las marcas semánticas son entidades platónicas, construcciones teóricas puras, aunque el propio Katz, dice Eco, hablará después de reglas de redundancia que postulan un análisis posterior de los componentes, es decir, una suerte de interpretación de los interpretantes.

(3) No se tienen en cuenta las connotaciones ni se prevén los contextos. Los distinguishers no dan una idea de las posibles connotaciones del sistema, proponiéndose como una representación estrictamente connotativa, el asunto del diccionario que sacrifica muchos recorridos posibles. Para Eco, el modelo debiera considerar que un semema posee también connotaciones extrañas al sistema semiótico en que se expresa el significante. Es decir, no se habla de asociaciones mentales, sino de correlaciones formuladas en términos culturales. La enciclopedia, donde imágenes y palabras se remiten mutuamente en términos abstractamente culturales. De la misma manera, la elección de la connotación debe estar motivada por factores contextuales o circunstanciales, lo que garantizará la funcionalidad de ambos conjuntos relacionados.

(4) La naturaleza de los distinguishers. En el modelo, éstos aparecen como correctores de la insuficiencia de las marcas, lo que las convierte en una solución extensionalista introducida en una teoría intensionalista para ampliar sus límites. El mayor problema es que, sin indicaciones extensionales, no son las marcas semánticas las que proporcionan el significado del lexema, sino el nombre unido al referente. (TRA, p. 165). Así, el modelo sólo servirá para describir expresiones verbales y términos categoremáticos.

      Tal parece que una teoría de las selecciones circunstanciales o contextuales (settings), requeriría que la teoría representase todo el conocimiento que los hablantes tienen del mundo, no obstante, Eco nos recuerda que la función de los settings la realiza el análisis componencial, y que la teoría no debe hacer referencia a todas las posibles ocurrencias de un elemento léxico, sino sólo a las reconocidas cultural y convencionalmente. Es decir, una teoría de las circunstancias no requiere una semántica del lenguaje verbal sin un fondo semiótico general de varios códigos interconectados; las mismas circunstancias estarán sujetas a tratamiento y convención semiótica.

      Entonces, sólo suponiendo un Sistema Semántico Global sería posible un
análisis componencial que tuviera en cuenta todos los contextos y circunstancias, pero ante la imposibilidad de que esto suceda, debemos aceptar que existen casos de códigos incompletos, catálogos inconexos, etc. De ahí que sea posible concebir una representación semántica en forma de enciclopedia que explique las diferencias cognoscitivas y de significado.


2.4.3. El modelo Q

      El modelo Q, un modelo n-dimensional, es un modelo de creatividad lingüística.

       El modelo, al que Eco recurre desde La forma del contenido, se basa en una masa de nudos interconectados entre sí por diferentes tipos de vínculos asociativos. Para cada significado de lexema debe existir un nudo que previera como patriarca suyo el término por definir, type en la terminología peirceana. La definición de un type prevé el empleo de una serie de significantes como interpretantes suyos, llamados tokens. Cada token se convierte en el type B, patriarca de una nueva configuración que comprende como tokens otros lexemas, algunos tokens del type A y que pueden considerar también token al propio type A.

       Este modelo prevé la definición de cualquier signo gracias a la interconexión con el universo de todos los demás signos en función de interpretantes, cada uno dispuesto a convertirse en el signo interpretado por todos los demás. Es pues, la imagen de un proceso de semiosis ilimitada.

     El modelo Q es ya una porción del Universo Semántico en el que el código
interviene para establecer atracciones y repulsiones.


2.5. La teoría de la producción de los signos

      La teoría de la producción de los signos corresponde a una semiótica de la comunicación, y así, a una parte de la teoría de Eco que tiene que ver totalmente con la praxis, la pragmática.

        Hay varios conceptos implicados en la producción de los signos, ante todo, para realizar una tarea, para emitir un signo, se realiza un trabajo, en cuanto la producción de la señal y luego la elección, así como la identificación de las unidades expresivas a las que combinar, y entonces, que más allá de sus funciones físicas, está destinado a comunicar algo.

       Existe, pues, un trabajo ejercido sobre el continuum expresivo para producir físicamente las señales que pueden componerse de unidades ya segmentadas o galaxias de materia relacionadas con el contenido.
      Existe también un trabajo al articular las unidades de la expresión, queconcierne a la elección y disposición de los significantes. Al organizar un nuevo sistema puede haber articulación de expresión, pero intentando adecuarse o respetar el código, el emisor inventa nuevas unidades expresivas y así, cambia el sistema.

       Trabajo existe también cuando se ponen en relación los funtivos, instituyéndose el código. De la misma manera, existe un trabajo realizado cuando tanto el emisor y el destinatario producen un mensaje adecuándose a las leyes de un código determinado.

       Existe un trabajo también para cambiar los códigos, para la manipulación estética de los códigos y por los discursos ideológicos cuando éste conmuta de código a código. Esta conmutación de códigos se realiza también en los textos estéticos, aunque de manera planificada.

(i) Sobre el continuum expresivo para producir físicamente las señales.

(ii) Al articular unidades de expresión, en cuanto a la elección y disposición de los significantes.

(iii) Al instituir un código, poniéndose en correlación una serie de funtivos por primera vez.

(iv) Al producir o al interpretar un mensaje adecuándose a las leyes de un código determinado.

(v) Para cambiar los códigos.

(vi) Al afrontar el campo semántico fingiendo ignorar su carácter contradictorio.

(vii) Al interpretar textos mediante procesos inferenciales.

(viii) Para articular e interpretar enunciados cuyo contenido debe verificarse.

(ix) Para controlar si una expresión se refiere a las propiedades de la cosa de que se habla.

(x) Para interpretar expresiones a partir de circunstancias codificadas.

(xi) Por el emisor para centrar la atención del destinatario en sus actitudes e intenciones.


2.5.1. Juicios semióticos y juicios factuales

      Eco establece una relación entre la distinción clásica que existe entre juicios analíticos y sintéticos y los juicios semióticos y factuales. Un juicio semiótico es «un juicio que predica de un contenido determinado las marcas semánticas que ya le ha atribuido un código preestablecido» y un juicio factual es «un juicio que predica de un contenido determinado marcas semánticas que no le haya atribuido previamente el código.» De esta manera, un juicio es analítico cuando parte de una convención pero se convierte en sintético si la convención cambia. A los juicios factuales Eco los llama asertos. Estos asertos, puesto que pueden afirmar cosas sobre hechos inexistentes, pueden utilizarse para mentir, es decir, tienen un significado independiente de su verificación. Por otro lado, Eco nos recuerda que los signos pueden usarse también tanto para nombrar cosas como para indicarlas (señalarlas) en la realidad.

        Por ejemplo, ilustra Eco, el enunciado /esto es un gato/ es un acto semiótico siempre que el gato sea un precepto empírico. /esto es/ no es un signo porque representa el artificio conectivo que une el enunciado al precepto. /esto es un gato/ significa que las propiedades semánticas de /gato/ coinciden con las propiedades semánticas del código zoológico puestas en correlación con el precepto establecido como artificio expresivo.

       En cambio, si decimos la misma oración en presencia del dibujo de un gato no nos atrevemos a considerar el precepto como el resultado de un proceso semiótico anterior. En cambio, Peirce establece que hay unos primeros interpretantes lógicos que sugieren los fenómenos y de esta manera son también signos.

2.5.2. Símbolos, índices o iconos


      Eco asume que existen diferentes tipos de signos o modos de producción de signos, que muchos de estos comprenden un tipo de relación con su contenido diferente al de los signos verbales (es decir, hay un lenguaje no verbal) y que todos estos pueden ser definidos en un aparato categorial unificado. Este aparato no es, sin embargo, ni siquiera el que ha asumido en partes anteriores de su obra, pues establece que la célebre tricotomía de Peirce es insostenible. «Las categorías de icono y de índice son categorías passepartout o conceptos comodín, que funcionan precisamente por su vaguedad.» La tricotonomía podrá usarse para discriminar entre tipos de referencia, pero es finalmente ambigua.

      Eco critica el iconismo y la sistematización del fenómeno visual en el universo de los signos. En términos generales, mientras que para Saussure la principal característica del sistema de la lengua es la doble articulación de las unidades mínimas, para Peirce, la distinción se establece entre signos lingüísticos, siguiendo el lenguaje verbal a través de los signos y los signos icónicos. En cambio, para Eco, el icono no reproduce las propiedades del objeto, si bien ciertas condiciones de la percepción del objeto exhiben ciertos aspectos del objeto que es reconocido como pertinente.

      No obstante, la crítica no se dirige al icono tal como aparece en Peirce, pues para el pionero norteamericano, un signo es icónico cuando representa a su objeto por semejanza, lo que no es lo mismo que afirmar que tiene sus mismas propiedades. El tratado de Peirce sobre los Grafos existenciales establece una metáfora en la consideración de los grafos como iconos. Este reconocimiento, y la relación del icono tanto con la metáfora como con la semejanza y la analogía, conducirán a Eco a la afirmación de que el contenido de muchas entidades culturales puede ser óptico, ontológico o bien de orden convencional. En el proceso, los signos icónicos pueden llegar a ser considerados textos visuales que no son analizables ni en signos ni en figuras.

       Finalmente, a lo que Eco se refiere en su crítica al iconismo no son los tipos de signos sino modos de producción de funciones semióticas.En cambio, una clasificación de los modos de producción e interpretación de signos toma en cuenta cuatro parámetros: (1) El trabajo físico, (2) la relación
tipo-especimen (ratio facilis o difficilis), (3) el continuum por formar, homomaterico o heteromaterico, y (4) el modo y la complejidad de la articulación.

    
2.5.3. La invención y el texto estético


     La invención es el caso ejemplar de la relación tipo-especimen de tipo difficilis en una expresión heteromatérica. Al no haber precedentes sobre cómo poner en correlación la expresión y el contenido, Eco afirma que hay que instituir la correlación y hacerla aceptable.

       El ejemplo más claro de la invención lo encontramos en el texto estético.
Varias son las razones que mueven a Eco a analizarlo:

(i) Supone un trabajo particular, una manipulación de la expresión,

(ii) provoca, y es provocada por, un reajuste de contenido,

(iii) esa doble operación se reflejará en los códigos que sirven de base a la
operación estética, como lo que se provoca el cambio de código,

(iv) la operación producirá un nuevo tipo de visión del mundo,

(v) el emisor enfoca su atención en sus posibles reacciones, de modo que el texto representa un retículo de actos comunicativos encaminados a provocar respuestas originales.

      El trabajo estético se ejerce también sobre los niveles inferiores del plano expresivo, es decir, en cualquier obra de arte intervienen diferentes tipos de microestructuras que el código no había tenido en cuenta. De esta manera, Eco asegura que en el texto estético se continúa el proceso de pertinentización del continuum expresivo, con lo que se llega a una forma de expresión más profunda.

      En el trabajo estético cualquier diferencia asume valor formal, lo que significa que incluso los rasgos individuales que el habla no tiene en cuenta adquieren importancia semiótica, es decir: «la materia de la substancia significante se convierte en un aspecto de la forma de la expresión.»
     
        En el límite empírico aún existe estímulo, pero ya no significación, un no sé qué estético ya advertido por Hjelmslev, dice Eco, ante el peligro de dar forma dogmática a elementos gramaticales y extragramaticales.

      Eco afirma que el texto estético posee, a cierta escala, las características de una lengua: haber en el propio texto un sistema de relaciones mutuas o diseño semiótico que permita dar la impresión de a-semiosis.

     La constante tensión abductiva del cambio de código que el texto estético requiere puede confundirse con una sensación imprecisa (placer, gozo, etc.), aunque esta imprecisión, dice Eco, puede suponer cierta pereza filosófica.

      Por tanto, concluye Eco, la definición semiótica del texto estético nos proporciona un modelo estructural de un proceso no estructurado de interacción comunicativa. El texto estético es así, la fuente de un acto comunicativo que es imprevisible, cuyo autor permanece indeterminado y así, colabora en su expansión semiósica.